“SAMAY HAMPIK”



San Agustín, histórico caminante de serranías decía que es en la montaña donde el hombre vive una de sus experiencias mas fecundas.
La mágica experiencia de buscar la cumbre refleja sin dudas a la vida misma, pues hacerlo supone una poderosa y potente ilusión por la vida
El gran Inmanuel Kant, filósofo prusiano alemán, creador del idealismo trascendental decía a mediados del lejano año de 1700, que hay que “-ilusionarse para ver, pero por sobre todo, hay que ilusionarse para sentir…”. La Montaña, ese imponente monumento conectado a la entraña misma de la “Pacha”, al “Mapu” reúne en sus naturales y desafiantes formas, todas las estaciones de la vida: las amables praderas de los páramos, inmensos arenales, a veces frondosos y verdes bosques, desafiantes roquedales, paredes, glaciares majestuosos que se abrazan a sus cumbres y a su cielo.
Sobre su geografía, se dibujan simbólicamente los senderos y caminos a elegir rumbo al destino del Peregrino enfrentando las distintas encrucijadas, convirtiéndose en una invitación a la reflexión constante en medio de ese universo mágico, místico cargado de sacralidad.
Mi vivencia en la Montaña
Es innegable el sentido de reto que consigo trae la Montaña para el caminante, como también es cierto que, no todos lo asumen con un mismo sentido hablando en términos de “interioridades”. Desde una temprana edad, confieso, me han deslumbrado las montañas y sus formas, aun imaginándolas desde mi pampeana lejanía al Sur.
Muchos años pasaron y largo fue el camino que me llevó hasta las incaicas Tierras de Atahualpa, donde por primera vez sentí, mientras saciaba a cuenta gotas la “Ilusión por ver, encenderse en mí la llama de “la ilusión por sentir” (parafraseando a Kant) a la Montaña. Fue ahí que comprendí entonces las historias de mi querido Compadre facundo Cabral, cuando me contaba recurrente, sobre su irrefrenable necesidad de comparecer cada vez que viajaba al Ecuador ante el Cotopaxi (El volcán sagrado de los Incas) y de su silenciosa entrega por horas a la sagrada contemplación del *Apu. Así lo viví por años, culebreando por sus llanos admirando las siluetas recortadas sobre el cielo inmenso con sus nubes de canguil. Sin embargo, tiempo después, pude vivir con deslumbrado asombro la experiencia rumbo a la cumbre. Sentir la embriagadora y profunda sensación donde se tiñen y dibujan sonidos, colores, aromas, únicos y particulares. Comprobar que es en efecto la representación de la vida misma durante ese tiempo de andar.
Una experiencia personal e intransferible, de introspección sanadora, un ejercicio físico, mental y espiritual sublime.
Álvaro Márquez
(Quito-Agosto 2021)
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